lunes, 28 de julio de 2025

Salud Mental y Violencia Post-COVID: Las Heridas Invisibles del Encierro

 



Por : Alfredo Del Valle

La pandemia del COVID-19 marcó un antes y un después en nuestra historia reciente. Si bien se trató, ante todo, de una crisis sanitaria, sus repercusiones se extendieron mucho más allá del plano físico. El confinamiento obligatorio, el aislamiento social y la incertidumbre colectiva actuaron como una olla a presión que hoy, años después, sigue liberando su vapor en forma de malestar emocional, tensiones sociales y un preocupante aumento de la violencia.

El encierro : detonante emocional silencioso

Durante meses, millones de personas permanecieron confinadas en sus hogares. En muchos casos, estos eran espacios pequeños, compartidos, sin privacidad, sin recursos suficientes, y con la amenaza constante del contagio. A esto se sumaba la incertidumbre económica y la interrupción de toda rutina. El resultado fue un caldo de cultivo para el estrés, la ansiedad, la depresión y la frustración acumulada.

Fui testigo directo de esta realidad. Mientras trabajaba en las calles, colaborando con campañas de prevención, vi de cerca el impacto emocional que el encierro causaba en las personas. Llantos, crisis, peleas, miradas llenas de miedo… Muchos no sabían si volverían a abrazar a sus seres queridos. No era solo rebeldía; era desesperación.

La salud mental, la gran olvidada

El aislamiento social no solo limitó los movimientos físicos, también cortó el acceso a redes de contención emocional. Con escasa atención psicológica disponible y con los recursos sanitarios abocados casi exclusivamente al control del virus, la salud mental quedó relegada. En numerosos barrios y comunidades, simplemente no había profesionales ni líneas de ayuda. La conversación pública giraba en torno a los contagios y las vacunas, pero poco se hablaba del dolor emocional que se expandía silenciosamente.

Autoridad vs. ciudadanía: una relación desgastada

En muchos países, la gestión del confinamiento estuvo acompañada de un endurecimiento de las fuerzas de seguridad. Toques de queda, detenciones arbitrarias y sanciones por circular sin permiso fueron comunes. Este control excesivo generó una creciente tensión entre ciudadanos y autoridades.

Yo mismo presencié cómo, en situaciones normales, la presencia policial generaba miedo y rabia. Las reacciones violentas no eran simples actos de desobediencia, sino respuestas emocionales a meses de presión, abandono institucional y miedo acumulado.

¿Estamos pagando hoy las consecuencias?

No se puede culpar exclusivamente al COVID-19 del aumento de la violencia en la sociedad actual. Pero tampoco podemos negar que las condiciones psicológicas y sociales posteriores a la pandemia han contribuido al agravamiento del problema.

   Entre los factores más relevantes 

   Trauma colectivo no procesado

   .Estrés social acumulado

 .Desconfianza creciente hacia las instituciones

 .Ausencia de políticas de contención emocional pospandemia

.Desigualdades estructurales que se profundizaron durante la crisis.

En muchos lugares, se reactivó la economía, se abrieron las escuelas y se quitaron las mascarillas. Pero nunca se ofreció un espacio real para procesar el dolor. Como sociedad, actuamos como si nada hubiera pasado.

La urgencia de poner la salud mental en el centro

La salud mental no puede seguir siendo un tema secundario. No basta con atender casos extremos; necesitamos prevención, acompañamiento, y una red social activa que promueva el bienestar emocional colectivo.

   Qué podemos hacer

Garantizar atención psicológica gratuita y accesible en centros comunitarios, escuelas y hospitales.

  • Crear redes de apoyo barrial, con voluntarios formados para brindar contención en momentos de crisis.

  • Implementar programas de salud mental en ámbitos laborales y educativos, con enfoque preventivo.

  • Capacitar a las fuerzas de seguridad en empatía, mediación y contención emocional. 

  • Fomentar el diálogo entre autoridades y ciudadanía, en lugar de imponer medidas unilaterales.

    San Juan: una propuesta concreta y necesaria

En la provincia de San Juan, la situación es particularmente alarmante. Es común ver personas con trastornos mentales deambulando por las calles, sin atención, sin medicamentos y sin un sistema que los contenga. Pero el problema no termina allí: en nuestras casas, escuelas, trabajos y barrios, también vemos actitudes y señales de sufrimiento emocional que muchas veces ignoramos.

Ante esta realidad, propongo la creación urgente de una Mesa Intersectorial por la Salud Mental en San Juan, integrada por representantes del sector salud, educación, justicia, desarrollo social, seguridad y organizaciones comunitarias. Este espacio debe ser más que simbólico: debe tener poder de acción, diseñar políticas locales, coordinar respuestas efectivas y dar seguimiento a los casos más críticos.

No se trata solo de atender emergencias, sino de construir una red sólida y humana que prevenga, contenga y acompañe. Nadie debería vivir —ni morir— en abandono emocional.

   Conclusión: sanar es una tarea colectiva

La pandemia no terminó cuando se levantaron las restricciones. Sus secuelas emocionales aún laten entre nosotros, muchas veces disfrazadas de rabia, violencia o apatía. Lo viví, lo vi, y no quiero que lo ignoremos.

Sanar no será rápido. Pero solo podremos lograrlo si entendemos que el verdadero enemigo no fue solo el virus, sino también la soledad, el miedo… y la falta de contención.

Hoy más que nunca, la salud mental debe ser prioridad. No solo para evitar el colapso individual, sino para construir una sociedad más empática, fuerte y humana.

Ustedes los lectores tienen la ultima palabra..



SHARE THIS

0 comentarios: